21 de noviembre de 2013
La calle de nadie
Por: Daniel M. Salazar Castellanos Estudiante de la Facultad de Comunicación Social -Periodismo
El busto impávido del general Gustavo Rojas Pinilla custodia una vía que lleva su nombre, un proyecto innovador construido en 1960 y que ahora se debate en el caos y la anarquía. Antenas de energía del tamaño de un edificio, invasión del espacio público, escombros, talleres mecánicos a lo largo de 1000 metros de trayecto, comercio desbordante y congestión vehicular, caracterizan el paisaje de esta calle.
Ubicada en la carrera 70, justo en medio de la calle 26 y la 80, se prolonga esta avenida por nueve barrios bogotanos. Se dice que recibió su nombre en honor a las intenciones de progreso y modernidad del general que gobernó al país entre 1953 y 1957, sin embargo fue bautizada oficialmente en 1980 con un nombre diferente que ya nadie utiliza: La Constitución.
Las primeras familias en llegar como los Pulido, los Cárdenas y los Roa, se acentuaron a mitad de siglo XX alrededor de esta avenida circundante. En aquella época había muchos lotes baldíos, el ambiente era rural, el pasto crecía como maleza salvaje y las personas construían sus casas al ritmo de sus bolsillos. Edificaban paso a paso el futuro de una comunidad trabajadora que se expandía al compás de la modernidad, el crecimiento de la ciudad y las migraciones.
Según cuenta doña Melania, una octogenaria residente, famosa por su tienda casera de pólvora y su amabilidad, este embrollo inició debido a la construcción de la 26 y el aeropuerto, pues las zonas vecinas empezaron a recibir a muchos pobladores que, motivados por el progreso, llegaron de forma masiva al barrio y generaron desorden en la zona.
A finales de los 80 y principios de los 90 rodaban en Bogotá 362.974 automotores, un cálculo que influyó en la masificación de los talleres mecánicos en la Avenida Rojas. Según Jorge Álvarez, quien se desempeña en la actividad hace más de 20 años, “esta calle se ha convertido en el punto de encuentro de muchos colegas que, favorecidos por la compra de carros, vieron en el oficio de reparar una opción para solventar las necesidades”.
Sin embargo ya son más de 100 locales que han privatizado el andén para parquear carros. Ya no hay por dónde transitar, para atravesar la vía es necesario esquivar partes de automóvil, latas con aceite quemado, cables y montañas de basura. Únicamente queda una ruta polvorienta que con las enormes torres de energía luce como el viejo Oeste, solo faltan los vaqueros.
Las pollerías y los asaderos aromatizan la Avenida Rojas, una calle que en los días de lluvia, y debido a la suciedad, se convierte en un feriado de olores nauseabundos, de perros hurgando entre las basuras, de recicladores rompiendo las bolsas, de zapatos colgados en los cables de alta tensión, de expendedores de droga, de contaminación auditiva, de trancones y de caos. Esta es la imagen de una calle apoderada por el olvido, la calle de nadie.
La vía crece sin orden, tres edificios de 15 pisos se alzan entre la congestión. Wasichay y Banzai en obra negra, y parques de San Joaquín ya terminado, son las grandes moles de ladrillo que le dan un nuevo aire a una avenida atrasada en el tiempo.
De acuerdo con el ingeniero civil Ariel Ulloa “la renovación urbana será compleja”. Las torres de energía con una capacidad de 15 mil voltios van a ser difíciles de reemplazar, debido a que adquirir la tecnología que iguala esta capacidad implicaría gastos astronómicos y aún es difícil de conseguir. Según prevé Ulloa, es posible que la calle sea ampliada de acuerdo a la proyección del POT, sin embargo es posible que las torres se mantengan intactas en un carril central.
Para ciudadanos criados en estos barrios el hecho de que la avenida esté contemplada en la fase tres de las obras de valorización para 2013, no es nada nuevo. Las promesas van y vienen, cuentan cinco en los últimos 20 años, la última la del nieto del general Rojas, Samuel Moreno, quien actualmente está en líos judiciales.
Por ahora la incertidumbre y la resignación se adueñan de estos barrios. La comunidad solo espera que se cumpla el acuerdo 180 de 2005 que incluye: “prolongaciones, intersecciones viales, pasos peatonales elevados y la reubicación de la infraestructura eléctrica”.
Lo que fue en su momento el sueño de una avenida principal se ha convertido en la pesadilla de un leviatán de cemento. Pues como dice don Néstor, tendero del barrio durante dos décadas: “Pasan y pasan los años, y la esperanza de ver la avenida arreglada solamente es un sueño”.