24 de mayo de 2012

Del semáforo a las tablas de Montreal

Por Rodrigo Durán Estudiante de la Facultad de Comunicación Social -Periodismo

El último espectáculo del circo del sol tiene cuota colombiana, un pastuso por adopción que saltó de los semáforos del país al que para muchos es el mejor circo del mundo. A los 12 años Julián Moreno se fue de su casa y vivió casi una década en las calles entre la droga, el arte y la música. Los semáforos de la costa caribe colombiana fueron su primer escenario. Había nacido en el Lago Calima en el Valle del Cauca y vivió sus primeros años en Pasto, de donde se siente oriundo.

“El show lo dedico a toda mi hermosa familia y a mis amigos en todo el mundo que de alguna u otra manera ayudaron a que mi sueño se hiciera realidad. Gracias Dios.” Escribió el acróbata colombiano en su muro de Facebook antes de presentarse por primera vez el pasado 19 de abril en la carpa de Montreal, Canadá.

Minutos antes, este moreno de pelo largo y 1. 75 m de estatura terminaba su sesión de maquillaje y se alistaba para salir a la tarima del circo más grande del mundo. No lo amedrentaron los cientos de espectadores que esperaban su debut y el de y otros 55 artistas. Era la primera función de Amaluna, la nueva producción del Circo del Sol.

Según el artista, heredó su talento de sus padres que siempre tuvieron gusto por el arte. Desde los 14 años fabricaba artesanías y tocaba el tambor. En medio de la soledad, las aventuras de la calle y sus viajes por Colombia, aprendió a hacer malabares. Su único sustento económico durante la adolescencia era lo que su público le daba. “Viajaba mucho a Cali, al Parque Tayrona y a la Guajira. Me la pasaba de fiesta metiendo drogas, pero rebuscándomela siempre, haciendo artesanías, música y malabares ”.

Julián no se arrepiente de nada de lo que ha hecho en su vida. “Un vez en Santa. Marta después de un embale de cuatro días sin dormir, quise cambiar y calmarme un poco. Pero siempre me gocé las fiestas, y ahora me cago de la risa cuando me acuerdo. Fue muy bueno.”

En uno de sus viajes a Ecuador el artesano y malabarista se enamoró de Nayda, una joven suiza. Con ella viajó un año y medio por Colombia y en el 2001 luego de ahorrar algunos pesos fue a visitarla a su país. En la ruta perfeccionó la técnica de los malabares. Unos meses después de haber llegado, entró al ThéâtreCirqule, una escuela de circo de Ginebra.

Permaneció en Europa, donde viajó y perfeccionó sus habilidades al punto que se hizo a un nombre en este ámbito gracias a su innegable talento. Esta fue la antesala del día en que abrió su correo y encontró un mensaje de los directivos del Circo del Sol invitándolo a ser parte de la creación de una nueva obra. Tantos años de empeño recibían una soberbia recompensa. El Circo del Sol, recordemos, es el sueño de cualquier malabarista o acróbata.

Luego de un año de trabajo en el montaje y el diseño de Amaluna, el colombiano se siente orgulloso con los resultados. “Después de todos esos meses dándole desde las 9 a.m. hasta las 11 p.m. es muy satisfactorio ver la carpa llena. Ha sido una vaina muy loca, es una chimba compartir escenario con gente que ha inspirado mi trabajo.”

A pesar de que solo estudió hasta quinto de primaria, a sus 28 años, Julián habla siete lenguas: inglés, francés, italiano, portugués, un poco de ruso y desde hace un tiempo está aprendiendo mandarín.

Su especialidad en las artes circenses es la acrobacia y su papel en la obra es el de un viajero, que llega con su tropa a una isla gobernada solo por mujeres. La historia transcurre en la transición de la niñez a la vida adulta de una de ellas.

Un error en el acto de Julián podría ser mortal. Por eso, todos los días entrena con disciplina y antes de salir al ruedo a dar botes en el aire, se encomienda a Dios y le da gracias por todas las oportunidades.

El joven recuerda a Colombia con mucha nostalgia y echa de menos las playas del Caribe, su familia y su vida bohemia. Sin embargo, dice que hará lo posible por quedarse en el circo hasta que ya no se pueda mover