27 de febrero de 2012

Bolos con historia

Por: Angie Carolina Bustos Facultad de Comunicación Social – Periodismo, Universidad Externado de Colombia.

El centro de Bogotá guarda memorables lugares como la Bolera San Francisco, donde, según testimonios, pasaba su tiempo libre Jorge Eliecer Gaitán.
Los 71 años de funcionamiento de la bolera San Francisco han convertido a este lugar en el más antiguo de Latinoamérica y en uno de los pocos que no poseen un sistema automatizado en Bogotá. En este sitio aún existe el “chinomatic”, un hombre detrás de la pista que se encarga de recoger los bolos y ubicarlos correctamente para una nueva línea. Toda una novedad en estos tiempos cuando las cosas se resuelven con alta tecnología.

Bolos San francisco está ubicado en la avenida Jiménez con sexta, en el sótano de una casa antigua pero conservada, por esta razón este lugar puede pasar desapercibido, pues de la vivienda sobresale una venta de empanadas que no permite imaginarse que bajando las escaleras, ubicadas a la izquierda del negocio, se encuentra un patrimonio cultural de Bogotá.

La bolera fue fundada en 1941 y desde entonces ha permanecido con la misma estructura y funcionamiento. Este sitio de entretenimiento subterráneo, lleno de humedad, ha sido testigo inmóvil de grandes sucesos. El 9 de abril de 1948 se desató El Bogotazo y aunque la violencia y los ataques no dieron tregua, las seis pistas, los canales y moñonas soportaron las diferentes manifestaciones terroristas que se presentaron en la capital.
El estudiante de la Universidad de Los Andes y cliente de la bolera, Emilio Corrales, pasa su tiempo libre en medio de los pines y las bolas y cuenta que acude a este lugar porque logra entretenerse mientras se entera de varias anécdotas contadas por los antiguos y fieles clientes de este sitio. “Acá huele a historia, los hombres de sombrero y paraguas entre línea y línea reviven grandes momentos de sus épocas”, cuenta Emilio. Las anécdotas que más le apasionan a Emilio son las que hablan sobre Jorge Eliecer Gaitán, quien según cuentan sus contemporáneos, iba a jugar bolos en este sitio.

Iván Darío Ortiz, jugador profesional y actual administrador de la bolera, dijo que en este lugar se reunían los periodistas a tratar hechos de actualidad y a discutir sobre los temas coyunturales de la época. Nombres como Pacheco, Santos, entre otros importantes comunicadores, llenaban las planillas de las líneas de juego. También señaló que en estas viejas mesas de madera rústica los periodistas que frecuentaban el lugar fundaron el Círculo de Periodistas de Bogotá.

Desde luego este sitio no cuenta con pistas electro magnetizadas, ni con un sistema de recolección de bolos automático, mucho menos con el tablero digital que suma los puntos por inercia, pero éste sí narra en sus paredes la historia.

La humedad por ser un terreno subterráneo ha causado algunas grietas en la estructura que han tratado de ser cubiertas por recortes de periódicos que hablan de sucesos muy importantes a lo largo de estos años de funcionamiento de la bolera.

Pese a la competencia a la que se ve desafiado el sótano San Francisco frente a las sofisticadas y automatizadas boleras, la clientela sigue acudiendo allí con gran frecuencia. El viernes a partir de las 3 p.m. los clientes y jugadores deben esperar su turno para tumbar los pines, debido a que desde esa hora comienza el tráfico de estudiantes, ejecutivos, extranjeros y enamorados que al ritmo de la rockola que deja sonar rancheras, vallenatos, rock en español y bajo el calor contrastado por unas cervezas disfrutan la espera por su momento frente a las pistas de la bolera. De lunes a miércoles no es muy concurrido el lugar, la mayoría de clientes son estudiantes de universidades que haciendo uso de su carné estudiantil pagan cinco mil pesos por los zapatos y la línea de juego. Los jugadores que no portan dicho carné deben cancelar seis mil pesos por el servicio.

Al ritmo de una vieja “rockola” y en medio de las paredes penetradas por la humedad del local subterráneo, los “chinomatic” recogen y organizan pines, mientras los habitantes y visitantes de Bogotá se deleitan con una sobredosis de historia material e inmaterial que reposa en este lugar.